6 de septiembre de 2011

Vivir











Trazando líneas sin fin. Abranzando al vacío. Dando pasos sin ningún rumbo fijo... guiándose sólo por la dirección en la que el viento decidía soplar cada día. Y es que, al despertar, hace ya unos días, comprendió que de nada servía hacer planes. De nada servía ese calendario pegado al frigorífico y emborronado con mil y un colores. De nada servía continuar intentando controlar cada momento del día. Se metió bajo el agua, se puso su camiseta favorita... y se dejó llevar. Salía a caminar, se quedaba horas fascinada contemplando el romper de las olas... cada día era una nueva aventura por vivir. Con sus momentos buenos y sus momentos malos. Pero estaba decidida a concentrarse y disfrutar cada minuto. A no hacer planes más allá de unas horas. Y esa sensación... la de que su vida era un castillo de arena al que alcanza el mar... empezó a desaparecer.

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