Contaba los coches que pasaban por delante de su ventana. Hacía malabarismos para no pisar las rayas del suelo. Jugaba a cocinar, a conducir y a trabajar para parecerse a sus papás. Cantaba hasta quedar afónica las mismas letras una y otra vez. Gritaba mientras su bicicleta de cuatro ruedas cogía velocidad cuesta abajo. Se quedaba metida en el mar, saltando las olas, hasta que su pequeño cuerpo era incapaz de tiritar más. Caía y se levantaba tantas veces al día que había perdido la cuenta.
Y lo hacía viviendo, disfrutando, dejándose llevar... todo aquello que parece que se nos olvida con el paso del tiempo.